Sábado/Domingo, 10/11 Septiembre, 2016
Iglesia Luterana San Andrés, West Chicago
Lucas 15:1-10
Muchos recaudadores de impuestos y pecadores se acercaban a Jesús para oírlo, de modo que los fariseos y los maestros de la ley se pusieron a murmurar, “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos.”Él entonces les contó esta parábola: “Supongamos que uno de ustedes tiene cien ovejas y pierde una de ellas. ¿No deja las noventa y nueve en el campo, y va en busca de la oveja perdida hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, lleno de alegría la carga en los hombros y vuelve a la casa. Al llegar, reúne a sus amigos y vecinos, y les dice, ‘Alégrense conmigo; ya encontré la oveja que se me había perdido.’ Les digo que así es también en el cielo: habrá más alegría por un solo pecador que se arrepienta, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse.
“O supongamos que una mujer tiene diez monedas de plata y pierde una. ¿No enciende una lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, y les dice, ‘Alégrense conmigo; ya encontré la moneda que se me había perdido.’ Les digo que así mismo se alegra Dios con sus ángeles por un pecador que se arrepiente.
Buenos días! Es una gran placer estar de nuevo con ustedes aquí en San Andrés. Después de pasar tantos meses afuera de esta congregación, me parece muy apropiado que nuestro evangelio para hoy se trata de una oveja perdida!
Hoy, me gustaría hacer algo un poco diferente, si me lo permiten. Me imagino que notaron que en esta lectura, hay mucha celebración! Entonces, lo que quiero que hagan es que cada vez que diga algo de “alegría” o de alguien “alegrarse,” quiero que ustedes mismos se alegren! Vamos a practicarlo ahorita. “Alegrénse!” Muy bien.
Cristo cuenta dos parábolas en nuestro evangelio para hoy – de una oveja perdida y una moneda de plata perdida. De hecho, este capítulo de Lucas tiene tres parábolas de Cristo que tienen temas comunes. La tercera parábola es una que muchos conocen: la del hijo perdido, el que desperdicia su herencia y luego está perdonado por su padre.
Quiero hablar de estas tres parábolas juntas, aunque no nos toca la tercera. Las tres se tratan de cosas o personas perdidas que luego están encontradas. Al final de cada parábola hay mucha alegría! Cuando el pastor encuentra a su oveja y la mujer su moneda, los dos invitan a todos sus amigos y vecinos a celebrar con ellos. Y el padre del hijo perdido está tan emocionado que ha vuelto su hijo que casi ni lo deja hablar.
Nosotros también nos podemos alegrar cuando leemos estos cuentos juntos. Porque estas parábolas nos recuerdan que en nuestras vidas, frecuentamente estamos perdidos y lejos de Dios. A veces nos falta la energía y la voluntad ni de buscar a Dios. Pero Dios es igual que el pastor y la mujer y el padre, porque ellos jamás dejan de buscar lo que han perdido. De igual manera, Dios jamás deja de buscarnos a nosotros ni tampoco de amarnos. No nos deja abandonados. Y además, Dios se alegra cuando nosotros nos arrepentimos y volvemos a él.
Ya se acabó el sermón, ¿verdad? Todavía no, jaja.
Hay otros puntos interesantes sobre este capítulo de Lucas. Principalmente, que estas parábolas, aún siendo cuentos de arrepentimiento, casi no tienen a nadie que se arrepiente! Digo, ovejas y monedas perdidas no son capaces de arrepentirse – como podría una oveja pecar? Son peludos e inofensivos. ¿Qué va a hacer? Y en el caso del hijo perdido, leemos que está arrepentido, pero su padre ni le da chance a pedirle perdón antes de abrazarlo y empezar la fiesta. Parece que no le importa si se arrepiente o no.
En vez de preocuparse con la cosa o la persona perdida, estos cuentos se enfocan más en la persona quien está buscando, y luego en como se alegra cuando se encuentra a los perdidos, sean ovejas, monedas, o hijos. Cuando el pastor, la mujer, y el padre encuentran lo que estaban buscando, llaman a todos sus amigos y vecinos a celebrar con ellos, y Lucas nos dice que hasta Dios y sus ángeles en el cielo se alegran cuando se encuentra a los perdidos y toda la comunidad está reunida.
Pero en medio de toda esta celebración, hay los que no están alegres. El hermano mayor del hijo perdido no está feliz para nada que su hermano ha vuelto. De hecho, dice a su padre,
“¡Fíjate cuántos años te he servido sin desobedecer jamás tus órdenes, y ni un cabrito me has dado para celebrar una fiesta con mis amigos! ¡Pero ahora llega ese hijo tuyo, que ha despilfarrado tu fortuna con prostitutas, y tú mandas matar en su honor el ternero más gordo!”
Y él no es el único que está infeliz. Al principio de este capítulo, los fariseos y los maestros de la ley se quejaban porque Cristo estaba recibiendo a recaudadores de impuestos y pecadores y siendo hospitalario con ellos.
De hecho, la razón porque Cristo cuenta estas parábolas en primer lugar es por su actitud negativa de ellos. Está respondiendo directamente a su actitud inhóspita hacia los que están rededicando sus vidas a Dios. Y sus cuentos sí tienen que ver con el arrepentimiento, pero no es el arrepentimiento de los perdidos y los pecadores – sino el arrepentimiento de los fariseos y los maestros de la ley. Es el arrepentimiento de los que se creen “encontrados,” que se creen ya justificados.
Los fariseos y los maestros de la ley veian a su comunidad como una comunidad pura y santa. Estaban ofendidos y hasta avergonzados por la gente que Cristo llevaba con él. Aunque Dios mismo y sus ángeles se alegraban por la presencia de estas personas, los fariseos y los maestros de la ley se quejaban de ellos.
Es fácil para nosotros despreciar a los fariseos y los maestros de la ley como líderes religiósos con malas actitudes y poca hospitalidad. Pero hay que recordarnos que nosotros también somos de una manera líderes religiosas, gente de la iglesia, aunque somos los pecadores perdidos que Dios está buscando. Y no siempre estamos perfectos en dar la bienvenida a los pobres y los desconocidos y los perdidos.
Es especialmente importante recordarnos de esto este fin de semana, mientras celebramos el domingo de “God’s Work, Our Hands” – La Obra de Dios, Nuestras Manos. Sé que varios de ustedes fueron esta mañana (ayer) a hacer trabajo voluntario para beneficiar a los pobres y hambrientos de esta comunidad. Es algo muy bueno. Pero hay una gran diferencia entre servir a los demás y darlos la bienvenida con alegría. Por ejemplo, ¿cómo sería comer con ellos? ¿Formar relaciónes de amistad con ellos? ¿Invitarlos a estar con nosotros en esta comunidad y alegrarnos con ellos? Esa es la hospitalidad radical.
Esta hospitalidad radical que promueve Cristo con sus cuentos también es sumamente importante para sostener una congregación bilingüe, como ustedes bien saben. Pero aún aquí en San Andrés, sé que no ha sido fácil mantener una comunidad tan diversa. Es difícil ser hospitalario y amable cuando a veces los demás te frustran, porque insisten en hacer las cosas de su propia manera o porque aparenten no apreciar las bellas tradiciónes e historias que ofreces. Es difícil sentir que todos forman parte de una sola comunidad cuando hay personas que no te parecen, ni hablan el mismo idioma como tú.
Pero eso es precisamente lo que Cristo nos llama a hacer. La hospitalidad hacia los demás es una parte clave y no negociable de nuestra llamada a ser el cuerpo de Cristo en el mundo. Estamos llamados a extender la bienvenida radical de Cristo a todo el mundo – y además a alegrarnos sobre cada persona que venga a esta comunidad, sea quien sea.
Cuando nos juntamos aquí en este lugar, recordamos que cada una de nosotros ha pecado – cada una de nosotros ha estado perdido y ha necesitado la hospitalidad y el amor. Porque así es la iglesia: es una comunidad de los perdidos que están ya “encontrados,” que se juntan a practicar la hospitalidad radical que Cristo primero nos enseñó a nosotros. Es un lugar en que los perdidos se encuentran y donde todo el cuerpo de creyentes juntos se pueden alegrar!
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